El nombre de Arturo Pérez-Reverte no nos es desconocido. Al contrario. Licenciado
en Periodismo, se entregó por completo a este mundo durante veintiún años
(1973–1994), ejerciendo como reportero de prensa, radio y televisión. Se inicia
en este mundo como reportero del periódico Pueblo,
donde trabajó durante doce años seguidos de otros nueve años en TVE. También
presentó en TVE el polémico programa Código
uno, clausurado por el director de RTVE y por el cual Reverte decidió
abandonar esta cadena. Respecto al medio radiofónico presentó La ley de la calle (RNE), galardonado
con el premio Ondas en 1993. Sin embargo, en el ámbito periodístico destaca
sobre todo su labor como corresponsal de guerra, cubriendo diversidad de
conflictos bélicos internacionales como las guerras de Chipre, Eritrea, Sahara,
Malvinas, El Salvador, Nicaragua, Chad, Mozambique, Angola, Croacia y Bosnia
–que motiva la presenta novela-, entre otros.
Con todo, en 1994 abandona la vida de reportero para dedicarse a la
literatura. Este periodista y escritor cartagenero es el autor de una de las
series literarias de mayor éxito: Las
aventuras del Capitán Alatriste (1996). Como escritor, se le conocen obras
tan importantes como El maestro de
esgrima (1888, llevada a la gran pantalla por el director español Pedro
Olea con 11 nominaciones a los premios Goya), La tabla de Flandes (1990, de la cual se hizo una adaptación al
cine por parte del estadounidense Jim McBride) y El club Dumas (1993, que sirvió de inspiración al magnífico Roman Polański con la película La novena puerta), entre muchas otras.
Dicho sea de paso, el presente libro cuenta también con una adaptación
cinematográfica dirigida por el español Gerardo Herrero (1997). Miembro de la
Real Academia Española (RAE) desde el 2003, Caballero de la Orden de las Letras
y las Artes de Francia desde 1998 y Caballero de la Orden del Mérito en ese
mismo país en 2008, acaba de publicar la séptima entrega de la saga Las aventuras del Capitán Alatriste: El
puente de los asesinos. Actualmente, y desde 1991, escribe en el XLSemanal
en la columna Patente de Corso.
Territorio comanche no es una novela cálida, placentera, optimista y ficticia; tampoco
instructiva o moral (tal como alerta el mismo autor en el prólogo Una auténtica historia de guerra nunca es
moral[...] si una historia de guerra parece moral, no la creáis), ni
siquiera agradable. Es una historia de
crueldad; áspera, violenta, gris, de muerte y sacrificio. Es la guerra misma.
Sin adornos ni complementos. Así relata Arturo Pérez-Reverte su experiencia como
reportero en la guerra de Bosnia (1992-1994).
Estructurada en seis breves capítulos de no más de veinte páginas y
bajo los títulos El puente de Bijelo
Polje; Mucho tanque, tutto kaputt;
Champán, chicas, factura, no problema; Las
postales de mostrar; Hay mujeres que
tienen un par y El puente de Márquez,
Pérez-Reverte nos lleva a presenciar una guerra tal vez un tanto olvidada a
pesar de acaecer hace tan solo hace 20 años y de conllevar brutales crímenes de
guerra como la limpieza étnica, la violación en masa y el genocidio.
Con un estilo muy cercano al lector que incluso en ocasiones puede
considerarse “políticamente incorrecto” por contener algunos vulgarismos
léxicos –pero siempre dentro de la formalidad y seriedad que caracteriza un
buen profesional y experto en la materia-; Arturo Pérez-Reverte consigue que el
lector se implique en la historia, que se sitúe y reflexione sobre el contexto
y todo lo que ocurre en una guerra, desmitificándola. En esta historia no hay
protagonistas, ni buenos ni malos. Hay gente normal y corriente que sufre
–directa o indirectamente- las consecuencias de la guerra, el horror, desde
diferentes perspectivas –ya sea como reportero, como padre de familia, como
propietario de unas tierras, etc.-.
Pero lo más interesante de este libro es la óptica, el punto de vista desde
el cual está relatada la historia, pues contiene abundantes detalles que solamente
pueden atribuirse y ser fruto de un profesional del campo como lo es –o lo fue-
Arturo Pérez-Reverte. La presión que se ejerce sobre los reporteros, la
dificultad y el coraje de grabar en situaciones donde peligra tu propia vida y
la de tus compañeros, presenciar como estallan morteros y matan a personas a
poca distancia de dónde estás tú, etc., son algunas de las disposiciones con
las que se encuentran Arturo Pérez-Reverte y sus compañeros. Así pues,
recomendaría especialmente este libro a todo aquél interesado en el mundo de la
comunicación –sin dejar de lado, con todo, el lector preocupado por los
conflictos bélicos en su dimensión más “humana”-.
Una de estas situaciones tan extrema,
que incluso parece una superproducción norteamericana es la que nos relata el
periodista en el penúltimo capítulo, cuando dos de sus compañeros -Barlés y
Márquez- encuentran un asilo de ancianos “oficialmente evacuado ante el avance
serbio” con una docena de ancianos que no habían podido huir. Llevaban allí
tres días, sin más compañía ni atención que de las moscas atraídas por el tremendo
hedor de los propios excrementos. Grababan sin interrupción, callados; hasta
que Barlés tuvo que retirarse para vomitar. Ésta escena es una de muchas donde
se muestra la dimensiónn del horror de las guerras; más allá de los muertos y
soldados vencidos y vencedores. Y así lo dice Arturo Pérez-Reverte: “El horror
puede vivirse o ser mostrado, pero no puede comunicarse jamás. La gente cree
que el colmo de la guerra son los muertos, las tripas y la sangre. Pero el
horror es tan simple como la mirada de un niño, o el vacío de la expresión de
un soldado al que van a fusilar. O los ojos de un perro abandonado y solo que
te sigue cojeando entre las ruinas, con la pata rota de un balazo, y al que
dejas atrás caminando deprisa, avergonzado, porque no tienes valor para pegarle
un tiro. “
Así de contundente y definitiva es la guerra. No hay vencedores,
solamente vencidos, víctimas, mutilados, violados, descuartizados. Todos
pierden y todo se pierde en la guerra.
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